Iglesia Dispensacional Fundamentalista

Para que Cristo en todo tenga la preeminencia

Predicando la Palabra de Dios

Por todo el mundo

Trazando bien la Palabra de Verdad

2ª Timoteo 2:15

Esperando la Venida del Hijo del hombre

Mateo 24:27

Llevando a la Niñez a los Pies de Jesús

Mateo 19:14

FUNDAMENTAL

AYÚDANOS

Iglesia


La mayoría de cristianos, sin importar su denominación, creen que podemos perder la salvación. Ellos piensan que nosotros, los dispensacionales, creemos eso; que todos los cristianos deberían creer en eso. Y cuando se enteran que no somos denominacionales, y que no creemos en una salvación condicional, nos etiquetan como “Una religión extraña”. En cierto sentido, tienen razón, ya que somos extraños a ellos, no pertenecemos a sus ideologías y formas de pensar. Somos cristianos, y nuestra única designación de identificación es Jesucristo.

Pero no debe pensar mal; somos diferentes porque seguimos la Biblia como la única norma de fe; así que, las doctrinas de las grandes iglesias no nos afectan, porque dependemos exclusivamente de la Escritura. Esa característica la va a notar en este librito.

¿Qué es la salvación?

Todo buen predicador y buen pastor debería enseñar solamente aquello que conoce con exactitud, para evitar caer en la falsedad. Muchos predican acerca de su fe, pero desconocen la Escritura. Es común oír a parleros que pretenden predicar, pero sus enseñanzas no tienen apoyo bíblico; ni siquiera respetan la forma de la oración de la Biblia. Las grandes iglesias modernas son “iglesias católicas sin María”. He oído predicar a un sacerdote católico, a un predicador católico, a un carismático, a un pentecostal, aun adventista... y a otros muchos, y todos predican igual: La Biblia es para confirmar lo que ellos creen, no es para enseñar lo que ella misma enseña.

La salvación es algo más que un sentir o que una experiencia humana. La salvación es un estado de la persona. No es necesario sentirse salvo, para saber que se tiene la salvación. Es lo mismo que ser un humano; no necesito sentir que soy un ser humano; yo sé que lo soy, y eso es suficiente para mí. Todas las experiencia dependen de esa realidad, y la realidad no depende de las experiencias.

La palabra salvación viene del griego sotér, que significa “ser libre, estar sano, ser salvo”. La Biblia española traduce el término griego como salud y liberación, y no solamente como “salvación”. Esto nos da un marco diferente de lo que se enseña. La salvación es un acto externo que se realiza internamente en la persona necesitada. La salvación se extiende únicamente a quienes reconocen y desean ser libres de su aflicción.

En la historia de la mujer con flujo de sangre, que aparece en Mateo 9:20-22, encontramos la palabra griega “sóter”. La Reina-Valera 1960 traduce todas las veces esa palabra como “salvar”, pero otras versiones la traducen como “sana” o “liberada”. La razón es el contexto. La mujer está enferma, físicamente, y busca la salud de su cuerpo. Ella creía en Jesús y esto le daba salvación espiritual, pero ella iba en busca de salud física. Cuando el verso 22 dice que ella fue “salva desde aquella hora”, realmente se refiere a que fue sanada desde aquella hora. Aquí, la palabra sóter enfatiza la salud física.

Pero en Lucas 19:9 aparece la misma palabra “soter”, pero es claro que el énfasis es a la salvación espiritual, porque la frase dice, “por cuanto él también es hijo de Abraham”. El problema en cuanto a lo que es la salvación, radica en que la mayoría hace diferencia entre ser salvo espiritualmente, o ser sanado. Bíblicamente, la salvación abarca el espíritu, alma y cuerpo, es decir, el ser integral del ser humano. Cuando soy salvado por Cristo, soy completamente salvado, no solamente una parte. Todo el ser es salvo y redimido. Así, ya sea que usemos “salvación” o “salud”, significa lo mismo, una liberación completa del ser. Estar sano es estar libre de enfermedades. El pecado es como una enfermedad que nos carcome, y Cristo nos sana completamente de Él. Además, la Escritura asegura al creyente una salvación del cuerpo, lo que significa salud completa.

La salvación como gracia

La salvación es un acto divino a favor del humano perdido, y no una respuesta del humano al ruego de un Dios solitario. Entendamos esto; Dios no nos creó o nos salva porque se siente solo. Él no nos necesita para nada. La Biblia enseña que nos creó y nos salva por puro amor. Es su amor y su infinita gracia las que hacen posible que tengamos salvación. Dice la Escritura: “Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre; Líbrame, porque tu misericordia es buena.” (Sal. 109:21, RV60). La expresión de amor de Dios hacia el ser humano es fundamentado por el amor que Él tiene hacia Su Nombre, a Su propia esencia.

Dios nos salva no porque nos arrepentimos, sino porque nos muestra misericordia. La gente cree que ha encontrado a Dios, y que es salvo porque tuvo fe en Él. ¡Cuán equivocados están! Pablo dijo: “Mas ahora habiendo conocido á Dios, ó mas bien, siendo conocidos de Dios...” (Gá. 4:9). Y Juan recalca: “En esto consiste el amor; no que nosotros hayamos amado á Dios, sino que él nos amó á nosotros, y ha enviado á su Hijo en propiciacion por nuestros pecados” (1ª Jn. 4:10).

El arrepentimiento es la respuesta humana al acto divino de la salvación, no es a la inversa. Cuando Jesús dice: “El tiempo es cumplido, y el reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio” (Mr. 1:15), podemos observar que el arrepentimiento está sujeto a la llegada del Reino, y no que el Reino viene como consecuencia del arrepentimiento. Dios se acerca a nosotros por amor, misericordia y mucha gracia; Él no lo hace como una obligación. Dios lo hace por amor, soportando incluso nuestras rebeldías y pecados.

Cuando una persona cree al Evangelio es por tres razones, según Marcos 1:15: 1) El Rey del Reino está cerca, 2) lo que le da la posibilidad de arrepentirse del pecado y, de esta manera, 3) creer al Evangelio. Nadie puede arrepentirse si no sabe de qué arrepentirse ni a quién volverse. Recordemos que el arrepentimiento es “girar completamente”, cambiar de dirección al tomar la decisión de no seguir más por donde va, sino seguir otro camino. Pero para saber cuál camino elegir, ¿no es necesario que hayan dos caminos? Es así como el Evangelio de Cristo presenta al perdido un Camino nuevo, y el humano puede decidir sobre cuál de ellos seguir.

Aunque la salvación es por pura gracia, el acto de arrepentimiento es meramente humano. Cuando Dios salva por gracia, ofreciéndole al humano la fe como don (Ef. 2:8-9), ésta fe ilumina el entidimiento entenebresido del pecador y puede decidir acertadamente por el Camino Nuevo. Así, la salvación es puramente gracia, pero el arrepentimiento es meramente humano, y no hay contradicción en ello. La persona es salva no por arrepentirse, se arrepiente por haber sido salvada.

La salvación, entonces, se transforma en un acto completamente divino, sin intervención humana, que da como resultado una respuesta humana al recibir la luz del Espíritu Santo (Tito 3:4-7). El niño es gestado sin intervención de su voluntad, y es formado con los genes que él no eligió; cuando nace, al ser desprendido del cordón umbilical y recibir el aire por sus pulmones, llora al experimentar la nueva vida, y al dejar la pasada para no volver jamás. Del mismo modo, el pecador es gestado y convencido por el Espíritu de Cristo, y cuando cree al Evangelio, es nueva criatura, y prorrumpe en arrepentimiento sincero para no volver jamás a la vida pasada.

¿Qué es la gracia? El término griego “sóter”, tiene esa idea de un acto libre, completo, sin intervención de ninguna clase externa, más que el propio esfuerzo desinteresado y caritativo de quien lo ofrece. Cuando decimos que Dios salva por gracia, estamos afirmando que no merecemos la salvación. Gracia es cuando Dios nos da lo que no merecemos; y la misericordia es cuando Dios no nos da lo que merecemos. El amor del infinito Ser es tan grande e incomprensible, por lo que no podemos esperar que Él nos salve porque somos buenos, o porque hemos hecho algo. La salvación viene por gracia, no por obra (Efe. 2:9), y “No por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia nos salvó, por el lavacro de la regeneración, y de la renovación del Espíritu Santo” (Tito 3:5).

La Salvación como un acto progresivo

Cuando decimos que somos salvos, lo decimos con énfasis, ya que somos salvos por pura gracia. Esto significa que somos salvos espiritual, emocional y físicamente. Esto no significa que no pecaremos, ni que no nos deprimiremos o no nos enfermaremos, porque la única manera de ser libres del pecado original es muriendo  físicamente (Ro. 6:23), así que tendremos una lucha interna, debido a las dos naturalezas que conviven en nosotros hasta la muerte.

La salvación es un acto progresivo, que regularmente identificamos en tres etapas: 1) Salvación de la Pena del Pecado; 2) Salvación del Poder del Pecado y 3) Salvación de la Presencia del Pecado. La mayoría de las religiones no puede aceptar esta verdad, ni quiere, porque están perdidos. No podemos pedirle peras al olmo, ni guayabas al naranjal. Cada uno tiene su naturaleza (Mt. 7:16).

Debido a que la salvación es progresiva, no debemos pretender tener algunas cosas que Dios claramente ha revelado que son para el futuro. Algunos grupos enseñan que cuando un creyente es “lleno del Espíritu Santo”, practicamente deja de pecar. Ellos afirman esto al decir que ellos pueden vencer el pecado por la “unción” que tienen. Sin embargo, ¿no has visto lo engreídos que son, llenos de orgullo y de altivez, humillando a los “menos santos”? Cambian su forma de hablar, de vestir y de referirse a la gente; ¡en nada son santos con sus engrullamientos altivos!

La salvación no es como ellos la enseñan. La salvación es un acto totalmente de Dios, y la única manera de erradicar el pecado del cuerpo humano es por “trasnformación” o por muerte y resurrección. Asimismo, la salvación tiene su estado posicional, su estado práctico y su estado completo. Veamos estos tres puntos para comprender mejor el concepto bíblico de la salvación.

El estado posicional de la salvación

Cuando decimos “posicional” nos referimos a que el creyente “está salvo”. No es propio de un salvado tener dudas sobre su salvación. La Biblia le asegura que al creer en Cristo está salvado y, por ello, tiene segura la entrada al cielo. En Juan 20:31 leemos: “Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. Este versículo es importantísimo para la fe de un creyente, porque le da seguridad de salvación. Los verbos “creáis” y “tengáis” son verbos absolutos, están dando una seguridad, sin ambigüedad, si creemos realmente en Cristo, tenemos absolutamente la vida en Él. Esto significa que somos eternamente salvos.

Si una persona realmente ha creído en Cristo, sabe a ciencia cierta que es salvo. La Escritura misma dice: “Porque el mismo Espíritu da testimonio á nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). La presencia del Espíritu Santo quita todas las dudas, el creyente sabe que es salvo. Sin embargo, algunas personas profesan ser salvos, pero siempre tienen dudas sobre su salvación. Pablo les advierte firmemente: “Examinaos á vosotros mismos si estáis en fe; probaos á vosotros mismos. ¿No os conocéis á vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? si ya no sois reprobados” (2ª Cor. 13:15). Pablo está diciendo que si hay dudas debemos probarnos, examinarnos sinceramente. Porque, a menos de que seamos reprobados (perdidos), no podemos conocer que Jesucristo está en nosotros.

La salvación posicional nos asegura de que estamos libres de la pena del pecado. La pena del pecado es lo que la Biblia llama “paga del pecado”, es decir, la muerte (Ro. 6:23). Todos somos pecadores, nacemos bajo pecado y condenados por el pecado (Sal. 51:5). No existen niños “angelitos”; todos los seres humanos nacemos pecadores y condenados; esa es la realidad; pero para evitar la muerte de los hombres, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, para darnos vida eterna por medio de Él (Ro. 5:12). Gálatas 4:4-7 dice: “Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito á la ley, Para que redimiese á los que estaban debajo de la ley, á fin de que recibiésemos la adopción de hijos.  Y por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones, el cual clama: Abba, Padre. Así que ya no eres más siervo, sino hijo, y si hijo, también heredero de Dios por Cristo”. La seguridad de que uno es salvo radica en la presencia del Espíritu Santo, no en la inocencia que creamos tener. Por eso, un creyente real sabe que un niño al morir no es salvo por ser niño, sino porque Jesús pagó sus pecados en la cruz; y de la misma manera, el creyente sabe que es salvo por la presencia del Espíritu Santo en su propia vida (Ro. 8:9).

Si la persona no tiene la seguridad completa de que es salvo, necesita arrepentirse de sus pecados y recibir al Señor Jesús por la fe (Jn. 1:12). ¿Tienes a Jesús en tu corazón, teniendo seguridad de que realmente eres salvo? Si tienes dudas, te animo a que te acerques a Cristo en oración y fe, y confiando plenamente en Su Palabra, le recibas como Señor y Salvador. Recuerda que la Escritura dice: “Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Ro. 10:8-11).

El estado práctico de la salvación

A este estado también se le llama “salvación del poder del pecado”. En la primera posición el creyente sabe que es salvo y que está realmente libre del pecado condenatorio. Está libre de la condena del pecado. Ya el creyente no tiene temor de ir al infierno, porque sabe que es salvo y que Cristo es su Señor. Pero en esta parte de la salvación, es lo que el creyente vive a diario, es su “santidad”, es su separación de las cosas pecaminosas.

Algunos creyentes optan por extremismos para huir del pecado. Los amish y algunos grupos de menonitas y cuáqueros huyen de las ciudades con la esperanza de huir del pecado. Fallan al alejarse de los perdidos y no conducirlos al Salvador. Además, interpretan mal los textos bíblicos de la separación, alejándose completamente del mundo civilizado.

Algunas religiones hacen todo lo contrario. Ellos creen que deben alcanzar al mundo y entonces se hace parte de él, llenando sus templos de instrumentos musicales y ritmos mundanos. Los templos son grandes salones de baile, donde “danzan” con la música moderna, y usando en vano el nombre de Jehová cada día de reunión. Los católicos y pentecostales son tan similares, que la gente asiste a cualquier iglesia sin sentirse diferente. Los adventistas, tanto más ofende al catolicismo, tanto más cerca de él están, ya que algunos de sus teólogos se han graduado de las universidades católicas más reconocidas del mundo, y se han graduado como “teólogos” en ellas. Los testigos de Jehová son fanáticos de preceptos nada bíblicos, y los moonis (seguidores de Moon, la Iglesia para la Paz Mundial) y los hombres de negocios son movimientos ecuménicos llenos de mentiras y engaños, que conducen a las personas a una reforma parcial, pero no cambian en nada internamente. Solamente producen rencor contra los creyentes del Evangelio.

La doctrina de la separación (que veremos más adelante), enseña que la vida del creyente debe ser una vida de separación del mundo. Esa es la santidad práctica. No es aislarse del mundo, ya que el mismo Pablo nos dice, hablando de la santidad del creyente: “Os he escrito por carta, que no os envolváis con los fornicarios: No absolutamente con los fornicarios de este mundo, ó con los avaros, ó con los ladrones, ó con los idólatras; pues en tal caso os sería menester salir del mundo” (1ª Cor. 5:9-10). La idea no es salirse del mundo, sino “separarse” del mundo para el Señor. Esto hace que nuestra vida sea diferente en todos los sentidos, pero viviendo entre los perdidos.

La santidad práctica es aquella forma de vida que se sujeta a los principios del Nuevo Testamento, de las leyes de la iglesia. Muchos se sujetan a los preceptos del Antiguo Testamento, judaizando así la iglesia (cf. Gá. 2:14). Las demandas de la gracia son claramente definidas en las epístolas apostólicas, y es por medio de ellas que debemos seguir y vivir. La santidad es esa norma que establece el Nuevo Testamento. Según Gálatas 2:18-19 el creyente ha muerto a la Ley de Moisés, para vivir la justicia de Cristo. Entonces, la santidad práctica son las directrices del Espíritu Santo dadas en el Nuevo Testamento.

La santidad práctica no es para salvarse, sino porque somos salvos. Las falsas doctrinas enseñan que debemos vivir en santidad porque si no no llegamos al cielo; pero la Biblia enseña que debemos vivir las obras de Dios “porque nos las preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Esto significa, que somos santos porque YA SOMOS SALVOS, no a la inversa.

La santidad práctica no nos dice que podemos perdernos; nos dice que tenemos una nueva naturaleza y debemos vivir de acuerdo a esa nueva naturaleza, en santidad para con Dios.

Tampoco significa que no pecamos. Decir que no pecamos es una mentira y contradice las Escrituras. La Escritura es muy clara al respecto: “Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos á nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad. Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos á él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Jn. 1:8-10). Más claro no puede ser. Cuando escuche un predicador decir que los creyentes no pecan, es un falso profeta, no tiene la palabra de Dios en él, y entonces NO ES SALVO. No debe seguir a personas que enseñen semejantes cosas falsas. Los creyentes pecamos, de lo contrario de nada servirían las listas de pecados a evitar que se mencionan en las Escrituras (véase Gá. 5:19-21; Ef. 4:22-32).

Debemos recordar que la santidad práctica no la puede realizar un perdido, sino que es exclusiva de un creyente. Pablo dice: “Por cuanto la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta á la ley de Dios, ni tampoco puede” (Ro. 8:7). El inconverso no puede sujetarse a la Ley de Dios. Para “no poder sujetarse” es porque lo han intentado; esto significa que no es un asunto de esfuerzo humano, es un resultado de la gracia divina.

Las religiones han usado los versículos bíblicos de la santidad práctica para aplicarlo a sus seguidores; por un tiempo parece que todo va bien, pero de repente caen en pecado y se les arruina su vida. La misma sociedad religiosa que los aceptó e instruyó, los condena y desprecia. Les imponen cargas que ni ellos mismos pueden llevar; son como los fariseos, poniendo reglas y normas que no se pueden cumplir (Mt. 23:4), y que ellos jamás pondrían en práctica. Las masas los siguen, porque quieren salvarse, pero las religiones los hacen dos veces hijos del infierno (Mt. 23:15), aplicando largas oraciones y estilos austeros a sus seguidores. No así el creyente. La salvación práctica le enseña que su nueva vida le ha sido dada y vivir en sus normas es “ligera carga” (Mt. 11:29-30).

El estado completo de la salvación

La salvación hallará su totalidad en la eternidad. Las enfermedades físicas y espirituales que Jesús llevó en la cruz serán totalmente aniquiladas en la resurrección de los justos. Será en ese momento en que se cumplirá la profecía verdadera: “Y cuando esto corruptible fuere vestido de incorrupción, y esto mortal fuere vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas á Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo” (1ª Cor. 15:54-57).

Es hasta este momento que seremos totalmente libres del pecado y sus consecuencias. La vejez no aparecerá, porque seremos libres de ella; ni los dolores y enfermedades, porque Él nos dará libertad total. No es en esta vida cuando seremos libres completamente de ellas. El Señor puede mostrar su gracia, pero solamente en el futuro será el cumplimiento de sus promesas.

En 1ª Tesalonicenses 5:22-24, el Apóstol Pablo expresa: “Apartaos de toda especie de mal. Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. Esta petición de apartamiento cristiano se fundamenta en el futuro próximo, cuando seremos glorificados con Cristo. La salvación es un estado permanente, desde el momento de la conversión, pero va manifestándose progresivamente conforme vivimos en esta tierra, para ser completamente expresada en la gloriosa segunda venida de Cristo el Señor.

La Salvación como un acto eterno

La salvación es un acto de Dios a favor del hombre y descansa completamente en la obra de Cristo Jesús. Debido a esto, es un acto eterno. Los evangélicos creemos firmemente en que el que es salvo, es siempre salvo. No hay evidencia, ni forma ni medio alguno para perder lo que hemos recibido en Cristo. La mayoría del pentecostalismo, del adventismo, del mormonismo, testigos de Jehová y otros, creen en que si un cristiano peca, pierde su salvación. Los evangélicos no creemos de tal manera. Creemos que el salvado es siempre salvado.

Creemos en una eterna salvación porque la salvación descansa en la obra de Cristo, no en la obra del creyente salvo. La Biblia completa permea de la verdad de una salvación eterna, fundamentada exclusivamente en Jesucristo. Esa es la realidad de la gracia divina a favor del ser humano.

Veamos algunos puntos bíblicos que nos demuestran que la salvación es eterna.

 

La sangre derramada del Hijo de Dios es una absoluta garantía de salvación eterna. Según Romanos 8:1, 34, la liberación de la condena del pecado descansa en la muerte de Cristo. Si decimos que una persona puede perderse, es porque algún pecado (cualquiera que sea) es capaz de anular la sangre redentora. Dios no perdona al hombre los pecados pasados y espera a ver si peca, para quitarle la salvación. De ser así, la salvación no tendría seguridad, y si no hay seguridad, ¿cómo podía el Señor prometer moradas si Él mismo no podría preservar a quienes creyeran? (Jn. 14:1-4). Dios no ignora que pecamos; de hecho, Él afirma que todos pecamos (1ª Jn. 9-10), pero promete que “la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” (v. 7).

Toda condenación es anulada y absolutamente inutilizada, ya que la obra redentora descansa, no en la obediencia del humano, sino en la obra expiatoria de Cristo (Jn. 3:18; 5:24; Ro. 8:1; 1ª Cor. 11:31-32).

La misma promesa dada por Cristo, de que a los que Él salvaría, no se perdería ni uno solo. En Juan 6:35-40, Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida: el que á mí viene, nunca tendráhambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió, del Padre: Que todo lo que me diere, no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero”.  Los énfasis en negrita demuestran que Jesús está prometiendo que el que cree en Él no se perderá; además, le está asegurando, completamente, que su resurrección es un hecho real, prometido, dentro de la resurrección de los justos en el día final.

El carácter propio de la vida eterna. Cada vez que leemos un pasaje sobre la vida eterna, o la mencionamos, decimos que es una vida eterna. Lo eterno no pasa, no termina. Dios nos da vida eterna en su Hijo, ¿cómo, pues, es posible que esta vida termine? ¿No se dice que es eterna? No es una vida como “estilo” de vida, sino que es una vida como “estado” de vida. En Juan 20:31 dice el Apóstol: “Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. Observe el verbo final “tengáis”... ¿muestra algún indicio de duda o demuestra completa seguridad? La vida es un estado del regenerado, una realidad, un ser, por lo que no puede ser quitado de él. Si la vida eterna es por “nacer de nuevo”, significa que es una vida completamente nueva y recién generada. ¿Puede, acaso, Dios matar el espíritu del creyente pecador y, guardar la vida eterna con la esperanza de que el penitente se vuelva a salvar para ofrecerle nuevamente esa vida?

La presencia del Espíritu Santo es otra seguridad de que el creyente tiene una vida sin fin en sí mismo. El Espíritu no es un elemento como el agua, ni tampoco es una “fuerza activa”, como la fuerza de la guerra de las galaxias. Es una persona, real y auténtica, Dios sobre todas las cosas. Cuando el Espíritu Santo viene sobre la vida del creyente regenerado, no significa que busca un asiento en el corazón del hombre y se sienta a esperar a que lo inviten a participar de algo. Dice la Biblia que, al llegar el Espíritu del Señor, nos hace partícipes de la naturaleza divina (2ª P. 1:4; 1 P. 1:23; Tit. 3:4-6; Jn. 1:13).

Una de las obras divinas en nuestras vidas es el bautismo del Espíritu Santo. Este bautismo sucede inmediatamente en el momento de la conversión, porque es el acto del Espíritu Santo que nos une al Cuerpo de Cristo (1ª Cor. 12:13; 6:17; Gá. 3:27). No es un bautismo después de la salvación, ni tampoco viene acompañado de lenguas escandalosas y ruidos extraños; ni mueve a las personas a bailes sensuales y altanerías de santificación superior. Todos los que hemos creído en Cristo, hemos sido bautizados por el Espíritu Santo, como dice Pablo: “Porque somos sepultados juntamente con él á muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida” (Ro. 6:4). Al nacer de nuevo, somos bautizados por el Espíritu Santo, y nos hace en nuevas criaturas (2ª Cor. 5:17).

 

La Biblia promete que los creyentes, nacidos por la fe en la gracia de Cristo, tienen seguridad de que su futuro es de perfección, de eterna salvación (Fil. 1:6). Por eso, cuando se habla de la salvación, las Escrituras dan por un hecho que los creyentes tienen las glorias del cielo, como dice la Escritura:

 

“Porque á los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes á la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos;  Y á los que predestinó, á éstos también llamó; y á los que llamó, á éstos también justificó; y á los que justificó, á éstos también glorificó. ¿Pues qué diremos á esto? Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que aun á su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está á la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿tribulación? ¿ó angustia? ¿ó persecución? ¿ó hambre? ¿ó desnudez? ¿ó peligro? ¿ó cuchillo? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: Somos estimados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, Ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.                                                                         Romanos 8:29-39.

 Por el Pastor Carlos Machado C.

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